UNA CUESTIÓN DE SUPERVIVENCIA
- by Thomas Hübl

- Sep 28
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Extracto de «Sanar el Trauma Colectivo: Un proceso para integrar nuestras heridas intergeneracionales y culturales», por Thomas Hübl

Si no abordamos el trauma colectivo del mundo con claridad y compasión, ponemos en peligro la supervivencia de nuestros hijos y de los hijos de estos, así como de innumerables especies.
Un año después de la detonación de las bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, Albert Einstein rogó al público que reconociera un principio clave que se encuentra en la base de esta verdad:
«Nuestro mundo se enfrenta a una crisis aún no percibida por quienes tienen el poder de tomar grandes decisiones para bien o mal. El poder desatado del átomo lo ha cambiado todo, excepto nuestros modos de pensar y, de este modo, nos dirigimos hacia una catástrofe sin precedentes. Los científicos que liberamos este inmenso poder tenemos la responsabilidad abrumadora, en esta lucha a vida o muerte, de utilizar el átomo para el beneficio del género humano y no para su destrucción. […] Es esencial un nuevo tipo de pensamiento si la humanidad ha de sobrevivir y avanzar hacia niveles superiores».
En un extremo está el dualismo cartesiano o la división mente-cuerpo, y en el otro, el «fantasma en la máquina». La mente se ha venerado como algo separado y, por tanto, más allá de la materia, o bien se ha considerado que surge totalmente de esta, siendo la conciencia un subproducto casual del cerebro. Pero ¿y si la mente y el cuerpo, la cabeza y el corazón, el espíritu y la materia, la conciencia y la forma, y la onda y la partícula fueran indivisibles? ¿Y si somos conjuntos integrados, interrelacionados, interpenetrados, transformativos y cocreativos? Esta es la base del enraizamiento en el cuerpo y las prácticas de corporización, que cuentan con un creciente apoyo en múltiples disciplinas como la lingüística, los estudios de la conciencia, la filosofía, la psicoterapia, la psiconeuroinmunología y la medicina, la física moderna, la espiritualidad, etc.
LOS IMPACTOS SISTÉMICOS DEL TRAUMA COLECTIVO
Al igual que la verdad, la sombra siempre sale a la superficie. La energía reprimida no desaparece, ni tampoco la energía oscura o rechazada puede destruirse, sino que necesita moverse, convertirse, transmutarse; debe encontrar una expresión. De este modo, el material inconsciente asciende una y otra vez a la superficie, buscando ser encontrado, desintoxicado y aclarado. Hasta que el trauma se reconozca, se sienta y se libere, se experimentará desde fuera en forma de repetición compulsiva y proyección, y desde dentro como tensión y contracción, reducción del flujo vital, enfermedad o malestar.
INNOVACIÓN y SOCIEDAD
La era moderna ha sido testigo de asombrosos avances: descubrimientos revolucionarios en la ciencia, la medicina y los negocios, que han sido posibles en gran medida gracias a la innovación disruptiva en el sector tecnológico. Las mejoras en los niveles de vida en forma de saneamiento, vivienda, reforma laboral y atención sanitaria han ampliado la vida humana y han garantizado la invención, la innovación y el progreso continuos, desde la electricidad, los automóviles, los aviones, los ordenadores, los satélites, las naves espaciales y más allá, incluyendo la IA, el aprendizaje automático, la robótica, los coches autónomos, el mapeo del cerebro y del ADN y la computación cuántica. Con cada nuevo descubrimiento, damos un paso adelante en nuestra búsqueda de comprensión.
Sin embargo, el legado del materialismo newtoniano y el dualismo cartesiano sigue dando forma a nuestras interpretaciones del yo, del otro y del mundo. El pensamiento científico sigue dominado por la perspectiva de que vivimos en un universo frío, atomístico y totalmente fortuito que puede ser analizado, predicho, conquistado, utilizado y explotado. Esta idea impera en la política, el capitalismo, el mundo académico, la medicina, la psicología e incluso la religión. Es la visión del mundo de la individuación y el individualismo, basada en el mito de la separación.
Al haber establecido la división entre mente y materia, objetivamos el cuerpo, el «otro» y la Tierra. La mente se diferencia de las emociones y se eleva por encima de ellas, y ambas se consideran distintas del cuerpo. Se da poca autoridad a la intuición, el instinto, la emoción, la compasión, la comunión o la creatividad. Divididos y compartimentados, hablamos de en vez de desde la vida. Nos mantenemos distantes y alejados de nosotros mismos y de los demás, adheridos a la interpretación, pero recortados del sentimiento. Nos aferramos a nuestra descorporización por medio de la intelectualización, la compartimentación y la distracción, que ayudan a ocultar nuestras heridas.
Pero mientras estemos divididos y separados, seguiremos sin poder acceder a todas nuestras capacidades sutiles. Incapaces de sentir que nos pertenecemos unos a otros o al mundo. Incapaces de sentir la inteligencia numinosa de nuestro universo o de reconocer que en última instancia estamos viajando a lo largo de su curso evolutivo. La ilusión de la separación hace que nos temamos, nos odiemos y nos explotemos los unos a los otros, que dañemos el cuerpo y la psique, que rechacemos la naturaleza y abusemos del medio ambiente, que maltratemos a los animales, a los niños y a nosotros mismos, que repudiemos el espíritu y neguemos el alma.
Podemos volvernos adictos a los programas de cocina y, sin embargo, saber muy poco sobre la procedencia de nuestros alimentos, los aditivos añadidos o la distancia que han recorrido para llegar a nuestros platos. Consumimos plantas sin saber cómo se han cultivado, si se ha protegido el suelo donde han crecido, si proceden de cultivos transgénicos o qué pesticidas químicos se han empleado para cultivarlas. Al morder una manzana comprada en la tienda, rara vez nos preguntamos si su adquisición contribuyó sin saberlo al colapso generalizado de las colonias de abejas o si la exposición reiterada a los insecticidas supone riesgos para la salud de los trabajadores agrícolas y sus familias.
Conocemos los detalles íntimos de los famosos mientras que estamos mucho menos atentos a las verdades más profundas de nuestra vida. Nos parece normal que las estrellas de cine, los deportistas y los ejecutivos de fondos de inversión ganen millones de dólares, mientras que la mayoría de los profesores, trabajadores sociales, paramédicos, periodistas, cuidadores de niños y artistas luchan por ganar un salario digno. Aceptamos que la corrupción es un hecho en los gobiernos y los negocios, y nos mantenemos al margen mientras los plutócratas, los cleptócratas, los oligarcas y los delincuentes de cuello blanco alcanzan los puestos más altos del poder en ambos ámbitos. Reconocemos que los deportes profesionales, la industria de los cosméticos, la mercadotecnia en los medios sociales, así como la prensa y la televisión sensacionalistas se embolsan miles de millones de dólares cada año, mientras que en gran parte del mundo las escuelas carecen de fondos y la educación esencial se resiente. De este modo, enviamos a nuestros hijos a colegios deplorables o aceptamos como ley de vida que los hijos de otras personas asistan a centros en los que la disciplina estricta, el control y los resultados de los exámenes estandarizados se valoran más que la satisfacción de los alumnos, de modo que la curiosidad, la alegría y la vida desaparecen del aprendizaje.

Cuanto más rechacemos nuestra oscuridad, más posibilidades tendremos de autocumplir las profecías que más temor nos suscitan. Pero a medida que recuperamos el contenido de nuestro inconsciente, vamos convirtiéndonos en mejores seres humanos, más capacitados para construir un mundo mejor. En lugar de fomentar el daño y la desconexión, las tecnologías que creemos desde esa perspectiva potenciarán la benevolencia de la vida misma.
Hübl, Thomas. Sanar el trauma colectivo (Spanish Edition) (pp. 227-231)



